Que Chifflet debe ser una fuerza inspiradora

Escribe desde Paris  Zelmar Michelini (Chicho)

En mayo de 1984, en mi primer viaje a Uruguay después de once años de exilio, volví a ver a Guillermo Chifflet. Fue una de las primeras cosas que hice después de las visitas familiares y el rencuentro con los amigos. Necesitaba saber que pasaba en el país y para eso nada mejor que ver a uno de los "mejores periodistas" de Uruguay, como lo calificó mi padre en una conversación en Buenos Aires. "Maneja siempre excelente información y la analiza muy bien", me explicó. "Además es un amigo y fue de gran ayuda en estos duros años", me dijo.

Ese encuentro de 1984 fue la exacta confirmación. Chifflet disponía de excelentes informaciones sobre lo que estaba pasando en el país en ese momento, con las negociaciones con los militares a punto de romperse, y en pocas palabras hizo una excelente síntesis y un fino análisis de la situación y de cual iba a ser el desenlace, demostrando un alto nivel de acierto.

Nos encontramos en el apartamento de la calle Cuaréim donde había vivido mi abuela paterna hasta el fin de sus días y que durante los tormentosos años previos al golpe de estado servía de segunda o tercera oficina a mi padre. Chifflet iba muy a menudo a verlo a ese apartamento donde mi padre solía almorzar y en ese apartamento nos habíamos conocido a mediados de 1972.

Estaba en el escritorio cuando sonó el timbre y luego apareció Chifflet. Después de las presentaciones nos pusimos a conversar mientras esperábamos a mi padre, como siempre atrasado. En realidad Chifflet me preguntó mucho sobre lo que estaba pasando en el movimiento estudiantil, pidiéndome detalles sobre las distintas corrientes políticas y sobre la influencia de cada una de ellas en los liceos. Luego había empezado a contarme algunas anécdotas del socialismo uruguayo cuando mi padre llegó e interrumpió la conversación.

Le pidió disculpas a Chifflet con una gran sonrisa, donde me imagino que se mezclaban el agrado de verlo y el pensamiento "por más disculpas que pida la próxima vez será igual".

A mi padre lo vi apenas dos minutos, pero la frustración fue compensada por la agradable impresión que me había dejado Chifflet. Y esa misma impresión tuve doce años después y las veces que lo vi en mis sucesivos viajes al país.
Cuando hablaba de mi padre lo hacía con afecto y admiración y sé que el afecto y la admiración eran mutuos. Aunque de lejos, seguí con mucho interés su acción parlamentaria y siempre tenía la sensación que en su quehacer buscaba inspirarse en mi padre que siempre pregonó una política principista.

La sensación se hizo evidencia en octubre del año 2005, ya con el Frente Amplio en el gobierno, cuando Chifflet se negó a aprobar las maniobras militares UNITAS, como el frenteamplismo lo hizo durante años cuando estaba en la oposición. Y, dos meses después, cuando se negó a aprobar la misión militar en Haití, fiel a sus principios antimperialistas, lo que lo condujo a renunciar.

Al recordar a Chifflet a través de la amistad con mi padre, y el respeto y aprecio que se tenían, me decía que tras la derrota sufrida en noviembre quizás el Frente Amplio debiera inspirarse en figuras de esa estirpe, la de la fidelidad a los principios, al programa y a la palabra empeñada, para renovarse y regenerarse.