Escribe: Sofía Vidal
Provenimos de una generación que se identificó con la Revolución Sandinista, La que a fines de los 70’, plantó una cuña en el andamiaje de la contrarrevolución preventiva que arrasaba nuestra América Latina. Hoy, con dolor tenemos que reconocer, admitir, que ya no queda nada de esa fronda.
El gobierno que tenemos está instalado en Managua y, dirigido por el binomio Ortega- Murillo, ha impuesto una ruptura total con la Revolución Sandinista de la que hoy es una pálida expresión y, recurriendo a la comparación con la Revolución Francesa, podemos decir que se ha transformado en su Thermidor. Tristemente, quedará asimilado al quiebre de lo mejor de la herencia ideológica del sandinismo. Este retroceso, esta regresión, es un fenómeno político surgido del seno del Frente Sandinista y de de una revolución que, a pesar de haber hecho importantes transformaciones, fue interrumpida, obstaculizada por años de guerra, por ambigüedades ideológicas y posiciones eclípticas.
Desde su llegada al Palacio presidencial escogió el sendero de los pactos y las claudicaciones asociadas a ellos. Se entendió e hizo buenas migas con la burguesía local, con los imperialistas americanos, el capital transnacional y las multinacionales, sin olvidar a la iglesia conservadora, paradójicamente con su jefe el Cardenal Obando, quien supo combatir con tesón el proyecto revolucionario, y que no tiene nada que ver con aquellos católicos inspirados en la teología de la liberación hacedores de la Revolución.
El actual gobierno de nicaragüense ha construido y fortalecido un régimen socioeconómico donde los pobres están condenados a sobrevivir con empleos informales, precarios, a trabajar por cuenta propia o por salarios miserables y durante largas horas, condenados a emigrar a otros países en busca de trabajo, condenado a pensiones de jubilación precarias. En fin, que es un sistema de desigualdad social con un proceso creciente de concentración de riqueza en grupos minoritarios.
Sin más, logró la subordinación del país a la lógica global del capital. El caso más emblemático tal vez lo constituya vender el país y sus recursos, como lo atestigua la posible la concesión para la construcción del Canal Interoceánico, pero ha habido muchas otras concesiones: mineras, forestales, pesqueras y de producción.
El sistema socio-económico actualmente impuesto procura poner fin a la resistencia social y el régimen de Ortega se apaña para ejercer un fuerte control social, sobre la sociedad toda. Controla las organizaciones sindicales, profesionales y populares y trata neutralizar a los grupos que resisten alimentando la protesta; el orteguismo quiere hacernos creer que todavía es expresión de un gobierno revolucionario y de izquierda, la realidad lo desmiente.
El pluralismo político, contenido en el proyecto revolucionario y en la visión de Carlos Fonseca (fundador del FSLN), ya no existe, ha desaparecido. En los últimos años, hemos sido testigos de la proscripción de la izquierda y de la aniquilación de organizaciones que no se han subordinado al régimen.
Instauró un régimen que ejerce un fortísimo control social y que no tiene pruritos para recurrir al expediente represivo, como lo ponen de manifiesto los sangrientos acontecimientos a los cuales asistimos a partir de abril 2018, con más de 300 muertos y por lo menos 1.500 heridos, y muchos detenidos y torturados. Fácilmente y sin discusión podemos constatar que se ha desarrollado un proceso desproporcionado de concentración de poder en beneficio de la familia Ortega-Murillo. Así asistimos a la destrucción cualquier vestigio de instituciones democráticas, ya que su pretensión es que no haya fuerza capaz de frenarlo o ponerle fin. (*)
Ortega, cuando el sandinismo pierde el gobierno frente a Violeta Chamorro, participó y encabezó el triste proceso de la “piñata”, que no fue otra cosa que el saqueo de la propiedad social en beneficio de los círculos del poder; en pocas palabras, un enriquecimiento centrado en la corrupción proveniente de la apropiación ilegal de recursos públicos.
Hizo todo lo que está a su alcance para personalizar la política e instaurar un encare caudillista de lo misma, para lo cual destruyó los mecanismos de dirección colectiva para reemplazarlos por la dirección personal.
El sandinismo, en la infame versión orteguista, es un proyecto que procura seguir arropándose con el atuendo libertario de la gesta sandinista, e integra la inefable Internacional Socialista donde alterna con los círculos decadentes del progresismo.
Sin vacilaciones adoptó, sistemáticamente, medidas económicas y sociales de claro cuño neoliberal, cuyas consecuencias afloran a la superficie y alimentan el descontento que pone a las masas en la calle.
Vuelto al gobierno, desde 2006 se sirvió de la alianza y colaboración con la Venezuela chavista, para tener “aire económico” y participar de una pretendida política progresista en la región.
Como ya dijimos, el orteguimo es una manifestación de concentración de poder ilimitado de base autocrática. Daniel Ortega, vacío de contenido revolucionario, la ha convertido en acción política del FSLN. Con ella supo controlar férreamente, y alcanzar una alianza con el liberal Alemán, a quien le dio gobernabilidad, sabiendo acallar y poner fin a la ola de protestas resistentes al neoliberalismo.
Con destreza y eficiencia Ortega-Murillo aniquilaron los pilares programáticos y de acción de la revolución que reposaban en tres soportes: economía mixta, pluralismo político y no alineamiento, hoy nada queda de esas conquistas revolucionarias.
Saltemos a otro aspecto para referirnos a otro gran retroceso: el pasaje del racionalismo al fundamentalismo religioso. El programa de la revolución reclamaba respeto por las creencias religiosas y defendía el secularismo. La Constitución de 1987 establece que el estado no tiene una religión oficial y que la educación pública es laica. ¿Y qué tenemos ahora? El uso y abuso de la religiosidad popular y su continua manipulación para fortalecer el proyecto de poder. Las instituciones estatales actúan como reproductores de creencias religiosas para enfatizar que todo lo que sucede en el país es producto de "la voluntad de Dios". Este vínculo divino, según el discurso oficial, hace que Nicaragua viva "bendita y próspera". Como resultado de este modelo, las jerarquías religiosas legislan, las iglesias lo ordenan, las autoridades civiles promueven las creencias religiosas, y todas las instituciones estatales y municipales están llenas de imágenes, símbolos y mensajes religiosos. El pensamiento crítico, el marxismo que era "espada intelectual" del sandinismo, que evoca la palabra de Rosa Luxemburgo - fueron reemplazados por las ideas religiosas más corrosivos por el espiritismo, por lo esotérico, por lo que podría ser, el satanismo, que hoy reemplaza a la ideología y la teoría revolucionaria.
Otro cambio negativo a mencionar es el pasaje del espíritu de solidaridad al pragmatismo y la adaptación. El pragmatismo se ha convertido en una especie de ideología nacional. Durante muchos años, la conciencia sandinista luchó por la transformación, por el cambio, para profundizar el proyecto revolucionario, ahora la filosofía es aceptar la realidad tal como es y adaptase a ella de la mejor manera posible. Nosotros en Uruguay conocemos bien los efectos devastadores de este pragmatismo, hemos engendrado personajes que adquirieron fama internacional en la materia.
El gobierno afirma que ha reducido la pobreza extrema y que hoy hay menos pobres, pero no dice que hoy, hay más ricos y que está en curso un proceso de concentración de la riqueza. Si bien ha desarrollado políticas sociales destinadas a combatir la pobreza estas ni siquiera se parecen a las políticas socialdemócratas; sobre todo porque Nicaragua no ha reformado la política fiscal de manera justa que sigue siendo recesiva, basada en los impuestos indirectos que afectan principalmente a la clase media y favoreciendo a los ricos por la vía de las exoneraciones y exenciones.
Los EE.UU fueron un factor destabilizador, instigador de la lucha contra el gobierno revolucionario, se ocuparon de armar y financiar a los “contra”, lo hostigaron en el plano diplomático, pretendieron socavarlo en lo comercial y económico. Hoy Daniel Ortega no les molesta, es una pieza más de las manejadas por el Departamento de Estado.
Pero en la actualidad los Estados Unidos han llegado a ver con creciente interés y muy positivamente la gestión gubernamental de Daniel Ortega. Preguntado por su opinión sobre Ortega, Robert Callahan, ex embajador en Managua dijo: "No estamos preocupados por lo que dice, confiamos en lo que hace." Y pueden bien confiar tranquilos, porque aunque se proclama "antiimperialista", lo que cuenta es lo que hace, así que pueden guiarse por todas las ventajas que se le otorgan al capitalismo mundial y al gran capital nacional.
Carlos Fonseca, que vivió en la URSS en los 60’, escribió un texto “Un Nicaragüense en Moscú”, donde señala fuertes críticas a Khruchev y especialmente a la influencia y lo resabios estalinistas: "…..Otro error radica en el hecho de que Stalin violó la dirección colectiva del Partido, tomando decisiones de importancia nacional en repetidas ocasiones sin consultar las opiniones de otros altos dirigentes... Mientras Stalin vivió, fue imposible criticarlo". Sesenta años después, dicho señalamiento ahora es aplicable a la situación en Nicaragua, donde la crítica a Ortega se traduce en represión. Desde posiciones de izquierda no se debe tolerar, guardar silencio y callar ante la sangrienta, brutal represión de la protesta, aplicada por el régimen autoritario policial reinante. No queda otra actitud que la de la más firme condena, pero en el progresismo uruguayo fueron pocas las voces,en ese sentido: solo denunciaron la deriva represiva y la naturaleza del gobierno,el PS, Casa Grande, Nuevo Espacio y no mucho más..
- Cuando ya estaba redacto este articulo, el 10 de julio la Conferencia Episcopal suspendió el dialogo nacional, ante las agresiones sufridas por varios sacerdotes