Trotsky, no solo un crimen político sino algo más: símbolo de una época

Por Fernando Aparicio

Los hechos son conocidos. Expulsado de la URSS en 1929, León Trotsky  deambuló por distintos lugares de exilio; Turquía,  Francia, Noruega y México. En el país latinoamericano fue acogido con una generosidad que no conoció en  el viejo continente. Pudo desarrollar desde allí su desigual lucha político-ideológica contra el stalinismo triunfante. La revolución mexicana del siglo XX, se estancó y se degeneró. Pero entre 1934 y 1940, durante el período cardenista pareció reverdecer: impulsó la reforma agraria burguesa, llevó adelante vitales nacionalizaciones, fue objetivamente antiimperialista y promovió una política internacional digna y avanzada. El asilo a Trotsky y su decidido apoyo (material, político y diplomático) a la República Española así lo atestiguan. Luego vendría el declive definitivo de la revolución mexicana. Cárdenas, su último impulsor, dejó el gobierno en diciembre de 1940.

Cuatro meses antes, en agosto, la mano de la NKVD a través de Ramón Mercader del Río, ponía fin a la vida de León Trotsky en Coyoacán, en las afueras del D.F mexicano.

Rusia, México, España y sus revoluciones se entrecruzaron en los años del exilio mexicano de Trotsky (1937-40). La presencia del fundador del Ejército Rojo, dirigente de las revoluciones de 1905 y 1917, dos veces presidente del sóviet de Petrogrado, teórico del movimiento socialista internacional, fundador y gobernante del estado soviético, en América Latina no sólo fue algo simbólico:fue el único líder “clásico” del marxismo que se asomó (y con aciertos) a los desafíos teóricos de un cambio socialista en América Latina.

 

El lugar, el momento y el por qué 

Esas son las claves para entender el atentado del 20 de agosto de 1940. Acabamos de decir el lugar. Fue en el México cardenista, resumen de impulso y freno (expresión tan cara a los uruguayos) de una de las tres revoluciones más importantes de América Latina en el siglo XX (junto a la boliviana y la cubana). Su agotamiento y fracaso, anticipó otros agotamientos y fracasos.

El momento. ¿Hubo algún año más sombrío para el socialismo (en cualquiera de sus versiones) que el de 1940? Apogeo de Hitler y Mussolini. Franco triunfante en España. Francia dividida entre la ocupación y el gobierno de Vichy. En uno y otro país se materializó el fracaso de los Frentes Populares. Y a no olvidarlo: plena vigencia del pacto germano-soviético de agosto de 1939.

El liberalismo democrático demostraba su cobardía e hipocresía: Pacto de Munich en setiembre de 1938, no intervención en España (1936-39) y neutralidad norteamericana durante más de dos años de guerra mundial. 

En la URSS y en el movimiento comunista internacional, el triunfo total del stalinismo resultaba aterrador. La Internacional Comunista hacía un década que era una simple correa de transmisión de las directivas del PCUS: estrategia de social-fascismo en Alemania, ayudando así sobremanera al ascenso de Hitler; estrategia de ahogo a la revolución española en aras de ganar primero la guerra, con lo que se perdieron ambas: la guerra y la revolución.

En la propia Unión Soviética, colectivización forzosa de la agricultura, represión sobre la sociedad y sobre el PCUS. Los Procesos de Moscú (1936-38) sintetizaron una estrategia y reflejaron un fenómeno cultural e ideológico. El stalinismo sólo pudo sostenerse mediante el terror, físico y psicológico, que alcanzó a todos los estamentos de la sociedad y a todos los niveles del partido gobernante. Trotsky y sus seguidores, al igual que los zinovievistas y bujarinistas representaban corrientes de pensamiento (acertadas o erradas, eso no importa aquí). Los problemas de la construcción socialista en la URSS, o los dilemas del movimiento obrero internacional, esos era los puntos de debates. Gigantescos y definitorios por cierto. 

El internacionalismo proletario cedió su lugar a la semi- ocupación de Polonia por el Ejército Rojo. Las cláusulas secretas del pacto Ribentropp-Molotov, no sólo permitieron esa nueva partición (y desaparición de Polonia), también la ocupación soviética de los países bálticos.

Stalin devolvía así, los efectos del pacto de Munich y ganaba tiempo ante su peligroso nuevo socio. El stalinismo había debilitado al Ejército Rojo (purgando al mariscal Tujachevsky y decenas de miles más de oficiales en 1937), además de favorecer el ascenso de Hitler. Cuando en junio de 1941, Hitler rompió el pacto y comenzó la invasión, la guerra para la URSS se hizo en nombre de la Patria, no en nombre del socialismo. 

Según el stalinismo la invasión a Polonia fue en defensa de minorías étnicas (ucranianos y bielorrusos). Así los sostuvieron también los stalinistas uruguayos del Partido Comunista. Ahí moría el otrora internacionalismo proletario y socialista, corolario tal vez del “socialismo en un solo país”.

Mientras Stalin barría el horizonte socialista durante la guerra, Hitler marcaba en cambio una gran coherencia. Siempre, hasta su suicidio, llevó su guerra contra el “bolchevismo-judío”. El Füher se sintió tan aliviado con la acción de Mercader, como se sintió el Secretario General del PCUS. Trotsky, aislado y derrotado era un formidable enemigo para ambos. ¿Por qué?

¿Qué fue el stalinismo? He ahí la tercera de las claves. Con atrevimiento aventuramos una escueta síntesis. Fue el resultado del atraso ruso (material y cultural), avivado por la 1ª guerra mundial, dos revoluciones en nueve meses y dos años de guerra civil. A esto hay que sumarle al menos tres elementos. La veta autoritaria del leninismo (compartida por el propio Trotsky) y la burocratización del Estado y del PCUS. En segundo lugar la estrategia de la industrialización acelerada y la colectivización forzosa de la agricultura, llevadas a la práctica con los métodos criminales del stalinismo. Esto significó una marca indeleble para el socialismo soviético. Y en tercer lugar, el aislamiento de la revolución rusa. Las esperanzas de que otras revoluciones obreras en países de Europa más avanzados, se materializaran, se desvanecieron trágicamente entre 1919 y 1923. El stalinismo con su “socialismo en un solo país”, erigió en ideal lo que a lo sumo era el resultado de una tragedia. He aquí las raíces profundas y lejanas de la implosión de la URSS y del “socialismo real” a fines del siglo XX.

Trotsky represento una opción. Contrafacticamente no podemos asegurar qué hubiese sido de aplicarse sus concepciones. Sí podemos afirmar, que ni su estrategia para salir de la NEP, ni su visión sobre la estrategia en Alemania previa a 1933, ni sus posturas con respecto a la guerra y revolución española, fueron manifestaciones “contrarrevolucionarias”, “burguesas”, o muestras de colusión con la Gestapo, el imperio japonés o la inteligencia británica.

Sus seguidores, y los de los otros líderes disidentes del stalinismo, no organizaban atentados, ni sabotajes, ni planificaban envenenar a poblaciones enteras. La lucha ideológica llevada al terreno del espionaje y el crimen, fue un gran hallazgo del stalinismo. La mentira, la infamia, la degradación del lenguaje político, fueron algunos de sus instrumentos.

El terror dentro de la Unión Soviética y la aniquilación de la lucha ideológica dentro del país de los sóviets y de la Internacional Comunista, fueron herramientas insustituibles. Pero el stalinismo que ejecutó revolucionarios en España, trasladando el terror de las “purgas” al suelo ibérico, reclutó adherentes a todos los niveles y en todos lados. 

La mentira y la infamia, simbolizadas en el crimen de Coyoacán, se sostuvo a través de múltiples complicidades. Mencionaremos solo tres de ellas. El comunista y plástico mexicano Davis Alfaro Siqueiros, excelente muralista, combatiente en España, encabezó el asalto a balazos de la casa de Trotsky semanas antes del atentado del 20 de agosto. Fracasó increíblemente. Encauzado y preso por ello, fugó merced a la ayuda de la corrupción mexicana, del NKVD…y del concurso del cónsul chileno, Pablo Neruda. El escritor, comunista y sibarita, no sólo sirvió a Stalin dedicándole poemas. Fue también una pieza nada desdeñable en los criminales planes de Stalin y de su policía secreta.

En nuestro país tampoco faltaron “servidores”, fieles hasta la obsecuencia, para crear el ambiente político que justificara a la postre la acción de Ramón Mercader del Río. En 1938, el por entonces joven dirigente comunista, Rodney Arismendi escribió “La Justicia Soviética Defiende al Mundo”. Fue la reproducción al pie de la letra de la patraña de los Procesos de Moscú, aunque el comunista uruguayo supo sazonarla con ingredientes de su propia cosecha. Repitió todas y cada una de las calumnias contra los procesados de Moscú, y contra el exiliado Trotsky. Tuvo tiempo y espacio en su trabajo también, para  difamar al revolucionario español Andrés Nin, ejecutado en España por los agentes de Stalin. También lo tuvo para mentir descaradamente sobre la posición de Trotsky con respecto a la nacionalización del petróleo, promovida por Lázaro Cárdenas en marzo de 1938.  

Ni Siqueiros, ni Neruda, ni Arismendi, jamás reconocieron su complicidad (material o intelectual según el caso). Los tres vivieron lo suficiente para conocer luego del XX Congreso del PCUS, la magnitud de lo ocurrido. El silencio, la desmemoria los ganó por completo hasta el fin de sus días. Era otro de los pliegues del stalinismo. 

El asesinato de Trotsky marcó el cenit de la descomposición moral del stalinismo. Su muerte, puede empero ser un hecho menor frente a otras dos cuestiones: Los crímenes reales y tangibles de millones de seres humanos, atribuibles a la vesania stalinista por un lado. Por otro, el haber dilapidado la más grande posibilidad de superar el capitalismo y construir una sociedad más justa. Cincuenta años después del crimen de Coyoacán, el socialismo (aún en su forma más bastardeada) desaparecía de media Europa. La restauración capitalista llegó de la mano, no del trotskismo o del bujarinismo; llegó de la mano de los epígonos de Stalin….y de sus cómplices en el mundo entero, incluidos los latinoamericanos.