Por: Jorge Ramada
Hace 150 años nacía Wladimir Uliánov, que pasaría a la historia como Lenin. Con motivo de este aniversario, podrían -deberían- escribirse muchas páginas acerca de lo que fue su contribución al pensamiento revolucionario. Y sin duda resultarían -y generarían- polémicas.
Yo solo quiero hacer una breve reseña para rescatar su figura y su pensamiento, en tiempos en que la “modernidad” y la “corrección política” lo van relegando al desván de los trastos viejos.
Con el tiempo y tras la deformación de la revolución por el stalinismo, se ha querido ver en Lenin tan solo un líder revolucionario y no un teórico enriquecedor de la teoría marxista. A pesar que en su momento las diferentes corrientes del comunismo reivindicaban el marxismo-leninismo como su ideología, el hecho de que se haya convertido casi en un dogma -con sus catecismos incluidos- sumado al derrumbe o reconversión de la mayoría de los procesos revolucionarios que lo reivindicaron, ayudaron a promover un desprestigio que desde siempre fue impulsado por las clases dominantes.
El “Bebe” Sendic decía que “no hay mejor teoría revolucionaria que la que surge de las revoluciones hechas”. Es claro que esa teoría se va desarrollando a medida que transcurre la revolución. El transcurso de la Revolución Rusa, con sus anteriores hitos de 1905 y febrero de 1917 para culminar en la “Revolución de Octubre”, fue marcando elaboraciones y confrontaciones teóricas que fueron sometidas al juicio de la práctica histórica. Ese proceso consolidó una elaboración teórica que iba a ser el sustento de las revoluciones en la era del imperialismo.
Uno de los rasgos más importantes del leninismo surge por contraposición a la social-democracia. Ponerse del lado del leninismo es defender la corriente del marxismo que antepuso el internacionalismo al patriotismo en la 1ª Guerra Mundial; es defender los planteos revolucionarios ante los reformistas, la necesidad de destruir el Estado burgués y no reformarlo de a poco.
La segunda década del siglo pasado marcó un quiebre entre corrientes surgidas del marxismo, ya presentes en la segunda mitad del siglo XIX. La corriente revolucionaria, representada entre otros por Lenin, condujo la revolución triunfante en Rusia y fue derrotada en Alemania por un gobierno del cual eran parte los social-demócratas reformistas. Otros reformistas cayeron en el chovinismo, apoyando en la guerra a los gobiernos burgueses de sus respectivos países. La historia posterior del reformismo ha sido la de la conciliación con la burguesía sin más logros que algunas reformas -muchas veces transitorias- que no cuestionan el dominio explotador de la burguesía.
Otra de las principales diferencias estuvo en la caracterización del Estado. Lenin, en “El Estado y la Revolución” remarca siempre que está sistematizando la teoría sobre el Estado elaborada por Marx y Engels; pero al hacerlo, marcando cómo fue enriqueciéndose esa teoría, al calor de las luchas proletarias europeas del siglo XIX y cotejándola a las realidades de comienzos del siglo XX, genera sin duda una elaboración teórica más acabada. Además de remarcar el inevitable carácter de clase de todo Estado, desde su surgimiento en los albores de la historia de la humanidad (el Estado no es un “órgano de conciliación de las clases”, sino “un órgano de dominación de clase, de opresión de una clase por otra”), consolida una propuesta acerca de cómo superar el Estado burgués y no en el sentido de una armónica superación progresiva, sino en el de su transformación violenta.
Esa superación del Estado burgués toma la forma de dictadura del proletariado. Término utilizado sistemáticamente por los capitalistas “demócratas” (y algunos social-demócratas también) para cuestionar el comunismo, marcándolo como una dictadura más. Pero la concepción de Lenin sobre la dictadura del proletariado es clara: implica una “enorme ampliación de la democracia...que se convierte por vez primera en democracia para los pobres, en democracia para el pueblo”. La Revolución de Octubre tuvo entre sus premisas “todo el poder a los soviets”, soviets de obreros, campesinos y soldados, órganos de poder de los explotados: los obreros en primer lugar, para enfrentar el poder de los patrones; pero también de los campesinos pobres, en contra de los terratenientes; y de los soldados en contra de la oficialidad.
El desarrollo posterior del primer Estado socialista moderno, condicionado por sucesivas amenazas y agresiones desde el mundo capitalista, fue abandonando este concepto para convertirse cada vez más en un nuevo órgano de dominación por parte del aparato stalinista. Pero apoyarse en esto para cuestionar la concepción leninista sobre el Estado proletario es como apoyarse en los años del Terror para cuestionar los ideales revolucionarios de la Revolución Francesa de 1789. Como contrapartida, el cuestionamiento social-demócrata al carácter dictatorial de la concepción leninista, lleva al endiosamiento de la democracia -de cualquier democracia- como la forma más perfecta de gobierno que ha logrado la humanidad, por más que mantenga un “pequeño” defecto: la continuidad de la explotación capitalista del hombre por el hombre.
El pensamiento de Lenin también está vinculado al concepto de centralismo democrático como base para la organización revolucionaria, concepto que muchas veces se cuestiona por militantes que lo ven como sinónimo de verticalismo. No hay duda que en períodos de dura represión se hace necesario un centralismo férreo para llevar adelante las luchas y que los períodos de mayor libertad de opinión y organización permiten una más amplia discusión a todos los niveles. Pero esto no quiere decir que centralismo y democratismo sean términos antinómicos. Lenin contraponía el centralismo a formas de organización de tipo federal y la democracia organizativa al autoritarismo. La historia también vio convertirse el centralismo en verticalismo y éste en sostén de un nuevo autoritarismo. Pero esto no niega la posibilidad de un centralismo democrático que se parezca más a una rueda de carro que a una pirámide.
Por último, para esta reseña, una muy breve mención al aporte de Lenin al desarrollo de la filosofía marxista y en especial su fundamentación del materialismo dialéctico frente a la corriente empiriocriticista, surgida en Alemania en la segunda mitad del siglo XIX. Esta corriente filosófica hacía una interpretación de la ciencia, a partir de la cual llegaba a plantear que el mundo se compone solo de nuestras sensaciones, es decir de nuestra experiencia. Esto significaba negar la existencia objetiva de la materia por fuera de la mente humana. Lenin cuestionó a fondo estas teorías y reafirmó la visión materialista que reconoce la existencia objetiva del mundo exterior al hombre y la capacidad de éste de conocerla, aún con los límites del desarrollo del conocimiento en cada época histórica.
Y no se trataba solo de una discusión filosófica “pura”, pues las ideas de los empiriocriticistas alemanes fueron tomadas por autores rusos que sustentaban las posiciones políticas reaccionarias surgidas tras la derrota de la revolución de 1905. Una vez más los aportes de Lenin no iban hacia una mera interpretación de la naturaleza y la sociedad, sino hacia la transformación de la sociedad en un sentido revolucionario
Ciento cincuenta años parecen ser mucho tiempo. En ese tiempo, los que se consideraron los principales abanderados -y prácticamente sacerdotes- de una supuesta ortodoxia leninista, derivaron a un autoritarismo burocrático primero y a una entronización de esa burocracia como nueva clase dominante hasta convertirse en los nuevos capitalistas. Otros, supuestos “herejes”, plantearon críticas a los ortodoxos, que la historia mostró como acertadas, pero no pudieron convertirlas en teorías de revoluciones triunfantes. En una isla del Caribe, apartada de lo que la historia tradicional consideró siempre como el centro del mundo, otros herejes se apoyaron en el leninismo para destruir el Estado burgués, para generar una amplia democracia apoyada en los colectivos de trabajadores y para confirmar que, en tiempos del imperialismo, el socialismo no requiere como premisa el desarrollo del capitalismo, sino que es la premisa para que la sociedad pueda desarrollarse para satisfacer las necesidades de todo el pueblo.
Si miramos la evolución de la humanidad a lo largo de la historia, quizás haya que pensar que 150 años es poco tiempo y que no es que el leninismo haya muerto luego de esos años, sino que se precisan nuevas luchas -y nuevas victorias- para ver que sus ideas siguen vivas y pueden servir de guía para que los explotados terminen con la explotación del hombre por el hombre.