El jurista analiza los motivos que llevaron al estallido a Chile y alerta sobre los peligros de utilizar a los militares
para reprimir la protesta social. "El ejército no está preparado para controlar el orden público, sino para hacer la
guerra, para doblegar al enemigo o destruirlo", asegura en una carta abierta publicada por el diario digital español infoLibre.
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Señor Presidente:
Soy Baltasar Garzón, el juez español que ordenó la detención de Augusto Pinochet en Londres el 16 de octubre
de 1998. No le conozco, ni he mostrado interés en hacerlo. Sí lo he hecho con todos los demás presidentes demo-
cráticos de su país, al que tanto quiero. Quizás por el cariño hacia el pueblo chileno y por la defensa que siempre
he hecho de las víctimas, mi defensa de los pueblos originarios y de los más vulnerables, he decidido dirigirle esta
misiva con profundo dolor e indignación por lo que está ocurriendo en Chile.
Señor Presidente, tal parece que chilenas y chilenos han dicho basta. Y lo están diciendo fuerte y claro. Se trata de
un estallido social espontáneo que no está dirigido por partido político alguno. Una simple protesta estudiantil por
el alza en el billete de metro, severamente reprimida por la policía, Carabineros de Chile, fue la mecha que encendió
la rabia y la ira acumulada durante casi treinta años. Ellos han sido los ejecutores de una medida política ordenada
por su gobierno.
Señor Presidente, convendrá conmigo que, debajo del pretendido milagro económico que muchos atribuyen a Pinochet,
un modelo de desarrollo mantenido por la transición chilena y la posterior democracia, se esconde el triste récord de
ser uno de los diez países más desiguales del mundo, al mismo nivel de Ruanda, según el índice Gini aplicado por
el Banco Mundial. Es cierto que en el país existe desarrollo y mucha riqueza, pero sólo para una reducida élite política
y empresarial. Asimismo, Chile posee también unas cifras macroeconómicas inmejorables, con un sostenido crecimiento
durante décadas, pero con un paulatino y constante empobrecimiento y endeudamiento de la inmensa mayoría de la
ciudadanía, que este año alcanzó su máximo histórico, según la prensa y el propio Banco Central. Su país, señor
Presidente, también ingresó hace años en el selecto club de las naciones ricas, la Organización para la Cooperación
y el Desarrollo Económico (OCDE), como flamante país desarrollado, con altos niveles de productividad y competitividad
, pero, nuevamente, a costa de bajos salarios de los trabajadores y de una casi total desprotección social.
Como la máxima autoridad política, usted debe saber que la Constitución que rige actualmente en Chile fue adoptada en
plena dictadura militar, mediante la celebración de un referéndum que tuvo lugar mientras los testaferros de Pinochet
torturaban, asesinaban y desaparecían a los opositores políticos. Esa Constitución experimentó varias modificaciones
para hacer posible la transición y luego la entrada en democracia, y ha sido reformada después en innumerables
ocasiones, pero su espíritu y su orientación sigue siendo la misma. No hay un Estado “social” y democrático de Derecho
, sino un Estado “liberal” o “neoliberal” o “subsidiario” de Derecho. Ello implica que, salvo excepciones, los servicios
públicos del Estado son de mala calidad, pensados para personas de muy escasos recursos o indigentes, por lo que
quien quiera acceder a ellos en condiciones adecuadas, debe contratarlos en el mercado. Así ocurre con la educación,
con la sanidad, con las pensiones, con el transporte y con un largo etcétera. Realmente, pese a los esfuerzos de algunos
gobiernos progresistas, no existe Estado de Bienestar. En la lógica neoliberal el Estado debe ser pequeño, lo más pequeño
posible, por lo que si alguien quiere acceder a servicios de calidad, debe pagarlos con sus propios recursos, convirtiendo así
a ciudadanas y ciudadanos en meros consumidores de servicios privados.
Es por ello, señor Presidente, que en los últimos años se han dejado ver las protestas de estudiantes secundarios y
universitarios, de pensionistas, de trabajadores que reclaman un sueldo digno, sin que sus demandas hayan sido
debidamente atendidas. Se ha hecho patente el descontento, la falta de expectativas, la indiferencia de las autoridades
y sus promesas incumplidas, sumado a millonarios escándalos de corrupción de grandes empresas, de políticos, incluso
del Ejército, del propio cuerpo de Carabineros de Chile y, cómo no, de usted mismo. Usted está acusado de enriquecerse
presuntamente en forma ilícita en la dictadura y de evadir impuestos de bienes inmuebles durante treinta años. Todo ello
hizo que una leve alza en el precio del metro fuera la gota que rebasó el vaso, unida a una descontrolada y brutal represión
{ policial sobre estudiantes secundarios.
La violencia engendra violencia
Quizás no le guste oír esto, pero usted, como presidente, frente a una protesta social sin precedentes en democracia,
y con los neoliberales herederos de Pinochet que gobiernan actualmente el país, no han encontrado mejor salida que
implementar una estrategia que conocen muy bien: acudir al Ejército para que los militares nuevamente salgan a la calle
a reprimir a la gente.
De más está decir que la violencia engendra más violencia, que no se puede combatir el fuego con gasolina, que con
los militares en la calle tarde o temprano habrá heridos graves y más muertos. El ejército no está preparado para controlar
el orden público, sino para hacer la guerra, para doblegar al enemigo o destruirlo. Siempre que los militares salen a la calle,
incluso si es para “combatir” o “luchar” en una supuesta guerra a la delincuencia, las cosas no han hecho más que empeorar.
La delincuencia, los saqueos y desmanes no cesan, sino que a ellos se suma la violencia estatal, que se ejerce de manera
indiscriminada y que luego se oculta de la peor manera para garantizar su impunidad. Pero, señor Presidente, usted y el
gobierno que dirige se equivocan de objetivo: El pueblo no es el enemigo sino la víctima, y al pueblo hay que protegerlo y
no castigarlo con medidas de excepción.
“¡Hemos perdido el miedo!”, dicen chilenas y chilenos en redes sociales, “¡Chile despertó!”, es uno de los lemas de este
movimiento social espontáneo que ya comienza a organizarse. “¡Esto no ha hecho más que empezar!”, aseguran otros.
“¡Tenemos que seguir!”, afirma un campesino al ver cómo ante las protestas, aquel río seco ayer fluye hoy a caudales
después de que una importante empresa liberase el agua injustamente arrebatada a quienes subsisten de la agricultura.
Por nuestra parte, seguimos y seguiremos muy atentos a lo que ocurre en Chile. Sepan que las violaciones de los derechos
humanos que se están cometiendo y los crímenes perpetrados en contra de la población civil, esta vez no quedarán en
la impunidad porque, además de la Fiscalía de Chile y del Instituto Nacional de Derechos Humanos, existe la Jurisdicción
Universal, existe la Corte Penal Internacional, el Sistema Interamericano de Derechos Humanos y una comunidad
internacional atenta y vigilante, que no permitirá que en Chile se vuelvan a repetir los horrores del pasado.
No le quepa duda, señor Presidente, que no somos de la opinión del secretario general de la OEA, que echa la culpa
{de todo lo que ocurre en Latinoamérica a Cuba, Venezuela, Rafael Correa, Lula da Silva, Cristina Fernández de Kirchner
o Alberto Fernández y de quienes discrepan de la ola neoliberal que nuevamente con el patrocinio del norte, como
aconteciera en los años 70, asola el continente. Esta vez no nos vamos a dejar engañar ni humillar por aquellos que
de nuevo quieren avasallar y acabar con la resistencia y expresión democráticas del pueblo.
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Ex juez, miembro del Consejo latinoamericano de Justicia y Democracia.