Fernando Rosso
Como todos estos personajes que integran la runfla de la ultraderecha a nivel internacional, Javier Milei tiene algo de bufón: gestos irreverentes o provocativos, uso de la burla permanente como recurso que intenta romper los códigos morales y gestuales de la política tradicional, entre otros recursos. Ya vimos esos rasgos en Donald Trump o en Jair Bolsonaro, un poco más atrás en el fallecido Silvio Berlusconi en la Italia de los años ‘90. El diccionario dice que “el bufón es toda aquella persona que hace reír con su genio, sus gracias o sus desgracias”. Y en algún rincón, Milei se autopercibe de esa manera, es decir, se cree gracioso. Por eso inventa apodos como “Lali Depósito” en su momento contra la cantante; a Horacio Rodríguez Larreta le dijo alguna vez “Harry el Sucio Larreta”; a la Coalición Cívica, “Coalición Cínica”; a “La Cámpora, “La Camporonga” o a Juntos por el Cambio, “Juntos por el Cargo”. Su comunidad trollera lo festeja como si fuera “el último grito” en materia de humor y audacia para una estética del mal gusto. Recientemente llamó “libertarados” a los economistas que comparten gran parte de su universo de ideas (Carlos Melconian, Ricardo López Murphy), pero que marcan las fuertes inconsistencias que tiene el plan de Milei.
Todo esto pudo haber funcionado en la campaña electoral (menos por la “calidad” del humor o la ironía fallida que por las ganas que tenía la sociedad de golpear a la política tradicional con lo que encontró a mano o con lo que le pusieron al alcance), pero no necesariamente funciona en el ejercicio del Gobierno. El bufón puede empezar a hacer reír menos por sus gracias que por sus des-gracias.
¿Cuáles son esas desgracias? Bueno, la economía, en primer lugar. Venimos de semanas de turbulencias financieras en un contexto de catástrofe en la economía real. La conferencia de prensa del viernes pasado de Luis “Toto” Caputo y Santiago Bausili (ministro de Economía y presidente del Banco Central, respectivamente) generó más incertidumbre y un efecto adverso en “los mercados”, es decir, entre los grandes jugadores de la timba financiera. Aumentaron los dólares paralelos; cayeron las acciones y bonos argentinos (está bien, después tuvieron un rebote) y todo parece siempre al borde de derrumbarse como un castillo de naipes.
Apareció un recurso típico, pero muy típico de administraciones que no saben cómo manejar la incertidumbre económica o las variables que se le van de las manos: los famosos “problemas de comunicación”. Eso dijeron de la conferencia de Caputo y Bausili, que no supieron “comunicar bien”. Hasta ahora nadie descubrió el secreto de la Coca Cola de cómo “comunicar bien” una gestión económica con resultados funestos.
Y la verdad es que los bancos entendieron perfectamente lo que le estaban comunicando: transferir su deuda del BCRA al Tesoro, lo que en los hechos podría entenderse como un default porque cambiaron -por la vía de los hechos- las condiciones que se habían pautado para pagar esos bonos que adquirieron los bancos y cambiaron también quién las pagaría (el Tesoro en lugar del BCRA).
¿Por qué hacen esto? Bueno, básicamente, el problema de fondo es la escasez de dólares que toda la licuación de estos meses no logró solucionar y la aprobación de la Ley Bases tampoco logrará garantizar en lo inmediato. Por eso el anuncio verdadero del viernes fue que se mantendrá el Cepo a la adquisición de dólares, precisamente cuando el establishment nacional e internacional le pregunta cada vez de manera más impaciente cuándo se va a levantar y presiona en ese sentido.
Este cambio arbitrario en las condiciones genera a la vez desconfianza en los famosos inversores que el Régimen de Incentivo a las Grandes Inversiones debería atraer, o sea en los hechos va contra la letra y el espíritu del RIGI. Y en ese laberinto está encerrado el bufón.
En este marco, es un secreto voces que está acabada una primera etapa del programa económico de Milei y todo indica que la que viene no será mejor sino peor: la inflación del mes pasado será muy probablemente por primera vez en el semestre, más alta que el mes anterior. Algo parecido puede suceder con las cuentas fiscales: en junio podría haberse perdido, transitoriamente, el saldo positivo y el Gobierno anunciaría su primer déficit desde que asumió (está bien, juega algo la estacionalidad, pero no deja de ser un número negativo). Por último, el nivel de actividad, contra el relato de la “incipiente recuperación económica” volverá a mostrar que la recesión no encuentra piso.
Como escribió el periodista Marcelo Falak en su newsletter diario en el portal Letra P, estamos frente a un plan económico basado en “un ajuste ciertamente inequitativo, aparentemente insustentable y probablemente inútil”.
Todo este entuerto en el que está metido el Gobierno ya generó réplicas en terreno político. La más importante fue el desmarque de Mauricio Macri, primero con un documento de la Fundación Pensar (que preside María Eugenia Vidal) y que llevaba la firma de Macri. Allí se habla de que “hay más interrogantes que certezas”, entre muchas otras cosas críticas más o menos veladas. Luego con un tuit en el que Macri reclama a Milei fondos que presuntamente se le deben a la Ciudad de Buenos Aires y, finalmente, con la interna feroz en el PRO que dividió a los seguidores de Patricia Bullrich y a los de Macri que volvió a operar fuertemente en el partido para intentar evitar la subordinación total a Milei. De mínima, quiere poner condiciones. Si algo le enseñó la derrota a Macri es, justamente, a bajarse (o subirse) a lugares a tiempo. Y parece que se quiere despegar de este barco que no se sabe muy bien a dónde va.
Algunos piensan que toda esta disgregación (que también afecta al universo peronista) puede favorecer a Milei. Puede ser en lo inmediatamente táctico (porque la atomización evita que se conforme una coalición con la fuerza para enfrentarlo), pero estratégicamente rapiñar retazos de partidos de aquí y de allá no otorga el “volumen político” que está pidiendo el FMI para darle sustentabilidad al ajuste.
El “Pacto de Mayo” que se firmaría el lunes lograría la rúbrica de gobernadores como el catamarqueño Raúl Jalil, el tucumano Osvaldo Jaldo o el salteño Gustavo Sáenz, a golpes de “bonapartismo de caja”, más que de adhesión política. O el cordobés Martín Llaryora que hace estos movimientos en post de un “peronismo de centro” que no encuentra su lugar en el mundo más allá de la isla de Córdoba.
La realidad es que el bufón se sostiene menos por la gracia propia que por los favores ajenos. Los favores de los oficialistas de todos los gobiernos que creen estar ayudando a un estadista que entiende la música de la época y quizá se terminen dando cuenta que están sosteniendo al último libertarado.
*Publicado originalmente en la Izquierda Diaria, jueves 4 de julio 2024. https://www.laizquierdadiario.com/Fernando-Rosso