Escribe Fernando Aparicio *
Octubre de 1973 conoció una nueva guerra árabe-israelí (con participación egipcia y siria) que en lo sustancial no alteró el panorama de la región, ni mucho menos la opresión y despojo del pueblo palestino. Sí determinó que el presidente egipcio Sadat se alejase de la URSS y buscase acercarse a EEUU. La Paz de Campo David (1979) le permitió recuperar la totalidad del Sinaí, reconocer a Israel y normalizar con él las relaciones diplomáticas. La causa palestina sufrió un duro revés.
Aislados, presionados y sin perspectivas de éxito, los dirigentes de la OLP fueron desbordados por la 1ª Intimada, 1987, (protestas callejeras de los palestinos en las zonas ocupadas). Negociaciones con auspicio norteamericano, llevaron a los acuerdos de Oslo en 1993. La OLP renunció a la lucha armada y reconoció al Estado de Israel. Se creó la Autoridad Nacional Palestina (ANP) para administrar algunos aspectos de la Franja de Gaza y Cisjordania, quedando para un futuro determinar aspectos claves: el regreso de los refugiados de 1948 y 1967; el desmantelamiento de las ilegales “colonias”; el status de Jerusalén Este; en fin la creación de un Estado árabe-palestino soberano, con fronteras que ya no sería los del plan de 1947. La intención israelí, en especial de su derecha y ultraderecha gobernante ha sido desvirtuar esos acuerdos negándose a negociar cualquiera de estos aspectos. Durante años esgrimió el espejismo de “Paz por Tierras”; esto es que los palestinos renunciases a más tierras a cambio de la promesa de un Estado propio. Incluía por supuesto, convalidar los “asentamientos” israelíes.
Desvirtuado el fondo de los acuerdos, envueltos en una escandalosa espiral de corrupción y habiendo renunciado a la lucha armada, la OLP y la ANP, perdieron credibilidad ante su pueblo.
Las organizaciones “integristas” islámicas, aparecidas a raíz de la Intifada de 1987, caso de Hamas y Yhaad Islámica, comenzaron a ganar espacio a expensas de la ANP y de su soporte la OLP (especialmente del mayoritario Al Fatah). El “fundamentalismo” islámico recibió con el triunfo de la revolución iraní de 1979, un formidable impulso. La Intifada de 1987 pone al descubierto el agotamiento relativo de las organizaciones integrantes de la OLP, de su estrategia y de su proyecto. Al abrirse a partir de la Conferencia de Madrid de 1991, un proceso de negociaciones, liderado por EEUU en el mismo momento en que se producía la implosión de la URSS. Pésimo contexto para la causa palestina. Los acuerdos de Oslo de 1993, como decíamos marcaron el inicio de una etapa especialmente compleja. Fueron seguidos un año después, 1994, por el acuerdo de paz entre Israel y el reino de Jordania, con similares características y efectos que el tratado egipcio-israelí. Habiendo reconocido a Israel, la OLP-ANP quedaron entrampadas en la estrategia israelí, que como vimos nunca estuvo dispuesta a avanzar realmente en la creación del Estado palestino. Apostó y sigue apostando hasta hoy, a acorralar en un gigantesco gueto a los palestinos de Gaza, y a la expansión constante de los “asentamientos” en Cisjordania. Exaspera a los palestinos y busca provocar una tercera oleada de refugiados, para con ello profundizar la “limpieza étnica” que viene aplicando desde 1948.
La división palestina entre las organizaciones “integristas” que controlan Gaza desde 2006, y la ANP, que “administra” Cisjordania (bajo la constante intervención israelí), no ha podido ser superada. Hamas y la Yhaad Islámica no reconocen a Israel y no renuncian a las acciones armadas. Esto último les sirve a los dirigentes sionistas para “congelar” cualquier tipo de negociación seria. Los acuerdos de Oslo están muertos y enterrados. La OLP se quedó sin el espejismo de esos acuerdos y sin estrategia al haber renunciado a la lucha armada. Sólo le queda apelar a una “comunidad internacional”, cada vez más inoperante ante la prepotencia y arrogancia israelí (respaldada por EEUU, más allá de tenues matices según los diversos ocupantes de la Casa Blanca).
Desde Gaza, Hamas y Yhaad Islámica emprenden periódicamente ataques armados rudimentarios y prácticamente inocuos). En ocasiones palestinos aislados actúan en el propio Israel o contra los “colonos” en Cisjordania. Israel, la casi totalidad de la inoperante “comunidad internacional”, y un amplísimo espectro de corrientes políticas (incluyendo a muchas de izquierda), equiparan el “terrorismo” palestino con el colonialismo cuasi racista israelí. En definitiva, el legítimo derecho a la resistencia de un pueblo ocupado y acorralado, es negado en aras de un hipócrita pacifismo que iguala a agresores y agredidos. Algo así como si en la Europa ocupada por el nazismo, se le hubiese negado a las organizaciones de resistencia su derecho a ejercer la violencia. O en la misma línea, el derecho de los movimientos de liberación colonial de África o Asia, a emprender sus respectivas luchas armadas. ¿Cuál es la diferencia? ¿El carácter “democrático” de Israel? ¿El hecho que actualmente las víctimas israelíes casi nunca son militares o policías, y sí lo son civiles en territorio israelí, o “colonos” en tierra usurpada? Pese a lo dramático que resultan las víctimas civiles, no debemos olvidar el contexto general del conflicto. ¿No eran víctimas civiles, las de los bombardeos aliados a las ciudades japoneses o los de la Europa bajo la órbita de Hitler o Mussolini? ¿Descalificaremos por ello la causa aliada?
Si la indiferencia, o el simple apoyo retórico frente a la causa palestina, es la actitud de la mayoría de los gobiernos; debe dolernos mucho más cuando esa actitud es asumida por gobiernos de izquierda (o de esa versión descafeinada de la misma a la que llamamos “progresismo”). El anzuelo de la “democracia” israelí, el dolor del pueblo judío por el holocausto y la condena a todo tipo de violencia, son las grandes “cartas” del sionismo.
La causa palestina, además de las insignificantes acciones armadas del presente, tiene en la campaña mundial de Boicot, Desinversión y Sanciones (BDS), la única herramienta válida para enfrentar el colonialismo y el “apartheid” de Israel. Es deber de toda persona de izquierda levantar esa bandera. No puede tolerarse que gobiernos izquierdo-progresistas, privilegien las razones comerciales, los acuerdo militares-policiales, o el miedo al lobby de los sionistas de nuestros países.
Cada acto “terrorista” palestino, aunque sea manifestar en la valla que separa a Gaza de Israel, es respondido por la colosal maquinaria de guerra israelí (uno de los ejércitos más poderosos del mundo), con una desproporción canallesca. Gobiernos, medios de comunicación, partidos políticos, hablan de “guerra” entre palestinos e Israel. No hay tales guerras. La desproporción de medios y víctimas, impide hablar de guerra, salvo que se impongan la ignorancia y el cinismo.
La máscara (débil por cierto) del sionismo y de su padrino-aliado norteamericano, acaban de caerse por completo en los últimos meses. Proclamar a Jerusalén Este parte de Israel, y a la ciudad unificada capital “indivisible”, tiene varios significados. Destruye por completo el sentido de la “partición” de 1947 (curiosamente el instrumento de legalidad internacional que engendró a Israel). Marca una vez más, el fin de los acuerdos de Oslo. Muestra por enésima vez la prepotencia y arrogancia del sionismo. Hace años que Israel insistía en este punto. Con un vestigio de prudencia, los países de “la comunidad internacional” se negaban trasladar sus embajadas de Tel Aviv a Jerusalén. La reciente decisión de Donald Trump, de trasladar la embajada estadounidense (acompañado por un puñado de gobiernos cipayos), marcó un punto de inflexión.
Envalentonados por el respaldo norteamericano, por la inoperancia internacional y por la benevolencia que su carácter “democrático”, y su eterno y fingido papel de víctima, estamos asistiendo hoy a un avance más del proyecto sionista. “El Parlamento israelí-Knesset aprobó recientemente la ley que define oficialmente al país como Estado nación del pueblo judío, limitando el derecho a la autodeterminación solamente a esta colectividad, decretando además que el único idioma oficial será el hebreo, en detrimento del árabe, hablado por la población de origen palestino, que representa al 20 por ciento del total.” Fin de la ficción del Estado multi-étnico e integrador.
Lo confesó sin tapujos uno de los diputados del gobernante partido Likud: “Hemos aprobado esta ley fundamental para impedir la menor veleidad o tentativa de trasformar el Estado de Israel en una nación de todos sus ciudadanos.”
Con claridad expresa el analista palestino Ramzy Baroud: “Ahora no se puede escapar al imperativo moral. Quienes insisten en apoyar a Israel deben saber que están apoyando a un régimen desembozado de apartheid.”
No es la única máscara que ha caído. Si lo anterior ya es una muestra antidemocrática, en el mismo sentido va otra ley aprobada por el Knesset, “destinada a castigar a quienes den una visión negativa del Ejército o que critiquen la ocupación…abre la puerta a la persecución legal de las organizaciones israelíes como Paz Ahora o Rompiendo el Silencio que denuncian abusos cometidos por Israel en los territorios palestinos ocupados.”
Hay en Israel y en la comunidad judía mundial, una lúcida minoría que se opone al colonialismo racista de sus dirigentes. Uno de ellos el músico judío-argentino Daniel Barenboim, quien expresaba en la prensa argentina y española: “No creo que el pueblo judío haya vivido 20 siglos, la mayor parte de ellos sufriendo persecución y soportando crueldades sin fin, para ahora convertirse en el opreso que somete a los demás a sus crueldades. Precisamente esto es lo que hace la nueva ley. Por eso hoy me avergüenzo de ser israelí.”
El inca Yupanqui resuena doscientos años después en este siglo XXI.
Las citas han sido tomadas de la nota del periodista Jorge Angeloni, del semanario Brecha, página 15, edición del 3/8/2018.
* Egresado del IPA. Estudios en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (México). Docente de bachillerato en Educación Secundaria e instituciones privadas. Ex docente del Departamento de Historia Americana de la Udelar. Co-autor de Amos y Esclavos en el Río de la Plata (2006), y de Espionaje y Política (guerra Fría, Inteligencia Policial y Anticomunismo en el Sur de América Latina 1947-1961) 2013. Autor de Basilio Muñoz: Caudillo blanco entre dos siglos (1980), y de La Construcción del Puerto de Montevideo: el definitivo ingreso a la modernidad (2010).