Esther Ampuero
Adolfo Gilly Hugo Blanco
En las últimas semanas el socialismo revolucionario latinoamericano perdió dos de sus máximos exponentes: Hugo Blanco (15/11/1934- 25/06/2023) y Adolfo Gilly (25/8/1928-4/07/2023), quienes con su compromiso intelectual y militante marcaron acontecimientos claves de la segunda mitad del siglo XX siendo referentes de generaciones enteras.
Ambos abrazaron en la temprana juventud el marxismo y durante varias décadas estuvieron vinculados e hicieron parte del trotskismo, los dos finalizaron sus vidas políticas compenetrados, próximos el zapatismo, Hugo hizo una opción en favor del indigenismo y el eco socialismo.
Gilly inicia su vida política en el Partido Socialista Argentino, para luego sumarse al trotskismo, en un primer momento al posadismo y más tarde al PRT mexicano.
Blanco llega a Argentina a fines de los ‘50 para encontrarse con sus hermanos apristas exilados; en La Plata, donde estudia agronomía, adhiere a Palabra Obrera, formación orientada por Nahuel Moreno. Abandona sus estudios, se proletariza y comienza a trabajar en el frigorífico Swift de Berisso.
Gilly en México desarrolla un fuerte trabajo académico desde la UNAM y en paralelo mantiene un activismo importante de militancia en la izquierda mexicana, y de apoyo activo y práctico a organizaciones revolucionarias de Bolivia, Guatemala y Cuba; sus contactos con los grupos revolucionarios centroamericanos lo llevan a cumplir prisión en la cárcel de Lecumberri. Es desde esa penitenciaría donde escribe la primera versión de “La revolución ininterrumpida”. Un trabajo fundamental y único para comprender desde las coordenadas del marxismo revolucionario el proceso de la Revoluciona Mexicana, en una clave superadora de las influencias interpretativas liberales, nacionalistas o de raigambre estalinista. Su trabajo sigue constituyendo una guía para entender estos acontecimientos, su lectura mantiene plena actualidad y es fuertemente recomendable para las nuevas generaciones.
Blanco, nacido en Cuzco en el seno de una familia acomodada pero comprometida con los intereses y sufrimiento de los explotados, -su padre era abogado defensor de los campesinos ante los atropellos de terratenientes y amorales- tuvo una temprana compresión de la realidad campesina y los pueblos originarios.
En 1959 regresa a Cuzco, trabaja como canillita, organiza a estos trabajadores, para después pasar a jugar un rol de organizador y liderazgo en el campesinado; junto a sus compañeros logra rápidamente el control de la dirección de la Federación Departamental de Campesinos de Cuzco. Con sagacidad y originalidad plantea la cuestión de la tierra, de la alianza del los trabajadores de la cordillera y los trabajadores urbanos.
Impulsa la reforma agraria desde abajo, fortalece los sindicatos campesinos, conforma milicias de autodefennsa, llevando adelante una verdadera guerra contra los hacendados protegidos por la policía y sus bandas armadas. Lo mueve el propósito de recuperar las tierras comunitarias, arrebatadas después de la Conquista, un proceso que se profundiza bajo la República independiente, que consolidó el dominio de los latifundistas tanto peruanos como extranjeros en detrimento de los pequeños campesinos en la sierra, en la costa y en la Amazonia peruana. Construye gérmenes autogestionarios alternativos de organización comunitaria campesina por casi tres años, dando lugar a un importante movimiento de masas forjando una auténtica alternativa de las comunidades campesinas.
Es amnistiado en 1970 por el gobierno de Velazco, pero es deportado a México; en 1978 vuelve a Perú, siendo el constituyente más votado con un 12% de los votos, luego en los ‘80 y ‘90 será varias veces diputado y senador, hará uso de un parlamentarismo al servicio de las luchas obreras y campesinas, gozando de una amplia popularidad y arraigo entre los trabajadores, campesinos y habitantes de los pueblos jóvenes.
Tanto Blanco desde la cárcel del Frontón, como Gilly desde Lecumberri, utilizaron las páginas de “Marcha” para expresar sus ideas y defender sus combates. La solidaridad y la lucha por su libertad fue bandera de gran parte de la izquierda latinoamericana, y en Uruguay estuvo presente.
Como muestra de ello en Claridad publicamos junto a este obituario un fragmento de Eduardo Galeano extraído de “Los hijos de los días”:
HUGO BLANCO*
Eduardo Galeano
En el Cusco, en 1934, Hugo Blanco nació por primera vez.
Llegó a un país, Perú, partido en dos.
Él nació en el medio.
Era blanco, pero se crió en un pueblo, Huanoquite, donde hablaban quechua sus compañeros de juegos y andanzas, y fue a la escuela en el Cusco, donde los indios no podían caminar por las veredas, reservadas a la gente decente.
Hugo nació por segunda vez cuando tenía diez años de edad. En la escuela recibió noticias de su pueblo, y se enteró de que don Bartolomé Paz había marcado a un peón indio con hierro candente. Este dueño de tierras y gentes había marcado a fuego sus iniciales, BP, en el culo del peón, llamado Francisco Zamata, porque no había cuidado bien las vacas de su propiedad.
No era tan anormal el hecho, pero esa marca marcó a Hugo para siempre.
Y con el paso de los años se fue haciendo indio este hombre que no era, y organizó los sindicatos campesinos y pagó con palos y torturas y cárcel y acoso y exilio su desgracia elegida.
En una de sus 14 huelgas de hambre, cuando ya no aguantaba más, el gobierno, conmovido, le envió de regalo un ataúd.
*Galeano, Eduardo. “Los hijos de los días”, Siglo XXI, 2011. En: diario “La Izquierda”, (Argentina).