Luis Vignolo
Vivimos tiempos de redivisión imperial. Vivian Trías decía que cuando una potencia capitalista hegemónica pero declinante enfrenta a potencias capitalistas ascendentes se produce una redivisión imperial. Un nuevo reparto del mundo y sus riquezas tal como ocurrió durante las dos guerras mundiales del siglo XX.
Actualmente la potencia capitalista hegemónica pero en retroceso, Estados Unidos, enfrenta el ascenso de otras potencias capitalistas, fundamentalmente China y Rusia. Podemos decir de otra manera que domina el mundo actual el conflicto intercapitalista e interimperialista entre el complejo industrial-militar-financiero centrado en Estados Unidos y los complejos industriales-militares-financieros centrados respectivamente en China y en Rusia.
Lo previsible es la redivisión imperial. El nuevo reparto podría ocurrir a través de una tercera guerra mundial. Ese escenario implica la posibilidad de desencadenar un conflicto nuclear devastador para la especie humana y por ende es la opción más irracional.
Sin embargo el reparto también podría tener lugar mediante una serie de guerras periféricas limitadas -que deliberadamente eviten escalar hacia un conflicto total- o bien por medio de acuerdos secretos o discretos entre las potencias.
También puede darse el caso de que la redivisión se haga simultáneamente a través de una secuencia de guerras periféricas limitadas combinadas con acuerdos secretos entre las potencias.
Esa última opción parece estar ejemplificándose actualmente en Siria. Allí se ha producido una partición de hecho del territorio sirio entre Estados Unidos, Rusia y potencias regionales de Medio Oriente. Lo más significativo es que exista una zona estadounidense con bases militares y una zona rusa también dotada de bases militares. Cuando el gobierno de Trump secundado por los gobiernos de Reino Unido y Francia bombardeó Siria, las fuerzas rusas no emplearon sus sistemas antimisiles para responder al ataque porque, como han declarado, se limitan a defender su propia “base aérea y sus instalaciones” que no fueron agredidas, evitando un conflicto directo con Estados Unidos.
Esa combinación en Siria de guerra caliente periférica y acuerdos de reparto entre las potencias, muestra dramáticamente lo que podría ocurrir en cualquier lugar del mundo sometido a la redivisión imperial.
Ese tipo de reparto, a mi entender, es perfectamente compatible con el sistema de relaciones internacionales que Sergio Rodriguez Gelfenstein identifica como el actual, al que llama en uno de sus libros “La balanza de poder”. Es decir no un sistema unipolar, como pareció esbozarse tras el fin del bloque soviético, ni un sistema bipolar como en la Guerra Fría, ni tampoco una multipolaridad abierta como se suele proponer en los discursos bienintencionados, sino una “multipolaridad” cerrada. Prefiero llamarlo el “club exclusivo de las potencias”, para dejar en claro que no hay en él lugar para nosotros, los indo-afro-latinoamericanos.
Los rasgos fundamentales de la balanza de poder son, a mi entender, dos. Uno caracteriza la relación entre las potencias mismas. Cuando una de ellas crece demasiado como para poner en riesgo el equilibrio de poder, las otras potencias se unen para contenerla y restablecer el balance. De ahí el nombre del sistema,
El otro rasgo caracteriza la relación de las potencias con el resto del mundo, con las orillas rebeldes. Esa relación está marcada por el desequilibrio entre las potencias y los países dependientes. Las potencias colaboran entre sí para evitar el ingreso de nuevos miembros al club exclusivo. Es decir para mantener la dominación sobre la periferia.
El primer rasgo lo ejemplifica la voluntad de acuerdo entre Trump y Putin. Esa búsqueda de acercamiento entre Estados Unidos y Rusia no es una extravagancia de Trump, ni una manipulación de Putin, sino una manifestación de la lógica de “la balanza de poder”. La potencia que con su crecimiento incesante durante el último cuarto de siglo cuestiona de hecho el equilibrio de poder es China. En consecuencia es previsible que, con o sin Trump, Estados Unidos busque un acercamiento a Rusia frente a China. Que lo puedan o no lograr a su vez depende de que resuelvan los muchos conflictos pendientes entre la OTAN –o sea Estados Unidos- y Rusia. El constante avance de la OTAN sobre las fronteras rusas desde el fin de la Guerra Fría ha comenzado a ser respondido por Rusia en los últimos años de manera muy significativa en Georgia (Osetia del Sur y Abjasia), en Ucrania (Crimea y Donetsk), y en Siria. Pero eso significa conflictos bélicos periféricos limitados simultáneos con acuerdos de reparto. Es notorio que ninguno de esos episodios bélicos desencadenó la tercera guerra mundial.
A su vez no podrá realmente consolidarse un reparto imperial entre Estados Unidos y Rusia sin involucrar de una u otra manera a Beijing. No puede haber un nuevo Yalta sin China, ya convertida en primera potencia económica mundial. El restablecimiento del equilibrio de la balanza no la excluye sino que la incluye. Lo evidencia la instalación de la primera base militar china fuera de su territorio, en Yibuti, pequeño país en el Cuerno de África frente a la península Arábiga, donde también hay una base militar norteamericana. Significativamente en ese exiguo y estratégico territorio, según versiones de prensa Rusia estudia instalar otra base. Frente a Yibuti pasa todo el comercio que atraviesa el Canal de Suez, incluidos los buques cisterna petroleros.
El otro rasgo fundamental de la balanza de poder -la cooperación entre las potencias para mantener a raya a los aspirantes a ingresar al club exclusivo- lo ejemplifica la crisis de la Unión Europea, duramente cuestionada por Trump, quien es públicamente partidario del Brexit. Resulta inevitable recordar el visionario artículo de Alberto Methol Ferré “Desmembrar a la Unión Europea”, publicado hace 17 años. En ese texto Methol señalaba la hostilidad del poder norteamericano hacia la integración europea y la integración latinoamericana, ya que no puede aceptar la constitución de poderes autónomos. El artículo afirma: “el equipo de Bush se propone destruir la Unión Europea...
Estados Unidos quiere una globalización solo con enanitos o con algún enano mediano. No más. No quiere un Estado Continental, moderno, federal, como sería la Unión Europea. Prefiere atomizarla... El grande global son USA y su súcubo inglés. Asombra que todo esto no se haya difundido y discutido urbi el orbi. Los estadounidenses no solo dicen “Mercosur, bye, bye”, ahora quieren agregar “Unión Europea, bye, bye”.”
Por otra parte un jerarca del gobierno alemán afirmó recientemente que ni Washington, ni Moscú, ni Beijing toman en serio a la Unión Europea como tal.
Para nosotros la lección fundamental es que, como decía Methol, Estados Unidos no quiere Estados Continentales autónomos y rivales en sus zonas de influencia. Solo acepta “integración para la dependencia”, no para la liberación.
Pero a eso se agrega que las otras potencias del sistema del balance de poder, Rusia y China, tampoco pueden cumplir el papel liberador que algunos esperan. Actúan en función de sus propios intereses de poder.
Esto nos lleva a recordar una vez más la vigencia plena del no alineamiento con las potencias como principio necesario de la política internacional de la Patria Grande.
Nuestra Indo-afro-latinoamérica necesita perseverar en la construcción de la unidad regional. Los americanos del sur, como decía Artigas, “nada debemos esperar sino de nosotros mismos”. Para ello urge asegurar la paz evitando una trágica Siria sudamericana o centroamericana, por ejemplo en Venezuela o quizás en Nicaragua, como consecuencia principal de la brutal e incesante agresión imperial de Estados Unidos.
La paz o la guerra en Venezuela son la paz o la guerra de América Latina toda.