La resurrección del tornero mecánico de Caetés

Lula volvió y ganó. En abril del 2018, poco después de que lo encarcelaran como parte del Golpe de Estado en varios actos que vivió Brasil, escribí en  estas mismas páginas: “Tarde o temprano la destitución de Dilma será anulada como lo fue la de Jango. Tarde o temprano las acusaciones contra Lula serán reconocidas como pretextos golpistas iguales a los usados contra Goulart y otros grandes líderes brasileños y latinoamericanos del pasado y del presente. Las leyendas negras contra Artigas o Bolívar no fueron excepciones.”

Dos meses después, en junio del 2018, dije en un Seminario en la UNILA de Brasil, mientras Lula seguía encarcelado: “Me refiero al gran prisionero de conciencia de Curitiba, el Mahatma Lula, iniciador del siglo XXI, heredero consciente o inconsciente de Getulio y de Jango, al que no sé si le darán el Premio Nobel que merece, pero que tarde o temprano será plenamente reivindicado para bien de Brasil, de los pobres y para bien de nuestra tierra prometida, la Patria Grande Indo-afro-latinoamericana.”

Esas y otras palabras que escribí y pronuncié hicieron que algunas personas supuestamente de “izquierda” me dejaran de hablar y hasta de saludar.

Ya llegará el tiempo para reflexionar a fondo no solamente sobre el triunfo político de Lula, sino sobre el significado histórico y antropológico de la resurreción del nordestino.

Ahora es tiempo de celebrar. Nada mejor para acompañar el festejo que reproducir la poesía dedicada a Lula por Julio Fernández Baraibar, intelectual argentino, guionista de cine, periodista, escritor y poeta. Sus versos fueron escritos en la víspera del infame encarcelamiento de Lula.

Luis Vignolo


EL OMBÚ DE LULA

Julio Fernández Baraibar

 

                                         Cuando las circunstancias no están garantizadas, lo mejor es esperar, resistir, transformar el tiempo en aliado. Jamás descender del ombú antes de hora.              

Getulio Vargas

Fueron siglos de luchas y pasiones

que no olvidarán los hijos de nuestros

hijos ni los hijos que de ellos vengan.

Espectros nobles y heroico de Ganga Zumba y el gran Zumbi,

de María Quiteria de Jesús disfrazada de soldado Medeiros.

de Antonio, el consejero de Canudos

enfrentados en lucha eterna con los espectros despreciables

del sangriento bandeirante,

del miserable mercader de yorubás y congos,

del fiero violador nocturno en la zenzala.

Fantasmas abismales de empolvados doctores masónicos,

de violentos coroneles fazendeiros

que, con Comte en una mano y el látigo en la otra,

pretendieron con soberbia de terratenientes

construir A Civilização Brasileira,

ese imperio y esa república europea

en el medio de un continente de tucanes, pelícanos, orquídeas,

magnolias gigantescas, arañas como puños, prodigiosas anacondas,

un reino donde la sangre blanca de la hevea brasiliensis

extraída a tajo de machete le puso ruedas a Henry Ford,

y el amargo grano que crece bajo el sol de Capricornio

le puso desayuno al breakfast de huevo y tocino de Arkansas y New Jersey.

Todos ellos se han despertado esta noche

porque saben que esa lucha, que empezaron hace quinientos años,

vuelve a repetirse con la pertinacia de una neurosis,

con el ritmo preciso de una obsesión,

con la obstinada insistencia de las nuevas quilombolas,

de los iluminados en los que han vuelto a manifestarse

los dioses del Olimpo africano,

los viejos orixás que hoy habitan tus ciudades gigantescas

con la misma presencia con que en Benin, en Angola, en la tierra de Oxum

signaban la vida de esos hombres y mujeres que lograron

soportar las cadenas, el látigo, la sentina y el olor a carne humana dolorida.

La tierra de los bandeirantes vuelve a ser el centro de la tierra.

Intentarán engayolar a Lula

enlularán la gayola,

para que la historia vuelva a repetirse.

El sereno ganadero gaúcho, el del tiro en el corazón

y la carta que abrió un tajo en la conciencia,

lo dijo cuando venían a buscarlo.

Tenía, es cierto, una estancia y una aldea que era su fortaleza.

Este pernambucano del carajo no tiene una aldea,

tiene una clase, cuatrocientos años de injusticia

y una pelea ganada contra el hambre de millones,

contra ese mapa que dibujo Josué de Castro, su compatriota.

Que no se baje del ombú antes de tiempo,

que el tiempo sea su aliado

junto con los brazos, el corazón y el cerebro de sus millones de amigos.

Ese pueblo que ha aguantado quinientos años

rezando a sus dioses, creyendo en sus santos, llenando de música

al mundo entero

sabe que las injusticias

siempre,

siempre,

siempre

se pagan.

 

Buenos Aires, 5 de abril de 2018